Cuento: "La Infestación" - Por Andrea Ríos - Standard Digital News | Noticias de Maracaibo Venezuela y el Mundo

Cuento: “La Infestación” – Por Andrea Ríos

Elizabeth Rice y Camilo Correa, habían regresado hacía poco de Italia, se tomarían el día para tomar un café en el barrio. Les trajeron los lates, y Elizabeth trataba de recordar alguna anécdota de su viaje, veía muy distraído y silencioso a Camilo, parecía que los pensamientos del joven estaban en otro lugar, su mirada quedaba fija en algún punto. Elizabeth le preguntó que le sucedía, si tenía algún problema y en que podía ayudarlo, a todas sus preguntas, la respuesta era la misma, que había mucha gente y que prefería volver a casa.

De este modo, los jóvenes pidieron la cuenta, y en ese momento ingresaron dos religiosas al lugar, Elizabeth noto el cambio de ánimo que Camilo, su rostro ahora mostraba el ceño fruncido. Los hechos que ocurrieron en ese momento, dejarían el alma de Elizabeth afligida y desconcertada, jamás anticipó una reacción tan irracional y violenta, Camilo les gritaba con total descontrol.

_ ¡Qué esconden en sus hábitos!

_ ¿Se creen puras y buenas?

_ ¡Bueno, yo no lo creo!

Elizabeth miraba aquella escena, con una mezcla de horror y vergüenza, los mozos del lugar se habían acercado a ellos, así que saco rápidamente a Camilo del lugar, pensaba que no volverían jamás, las monjas ya habían huido aterrorizadas. Ambos caminaron en silencio, Camilo no se mostraba arrepentido de lo ocurrido, por el contrario, se notaba en su rostro una expresión de satisfacción. Al ingresar al departamento y encender las luces, las ampolletas reventaron, quedando en completa oscuridad, aquella noche no cenaron y prácticamente no durmieron.

Al día siguiente, Elizabeth quiso hablar de lo ocurrido, él desvió la conversación y le dijo molesto, que sacara aquel adorno que había comprado en Italia, refiriéndose a la cruz bendecida, decía que era peso muerto, que no sabía en qué momento, se le ocurrió regalarle aquello. La joven no podía entender ese repentino odio a lo sagrado, ya que, Camilo le había regalado la cruz, incluso el mismo pidió la bendición de ella.

El departamento estaba a tres cuadras del convento, “Siervas de La Virgen”, así que en cada misa, escuchaban las campanas que tocaban las religiosas. Cada vez que esto ocurría, Camilo comenzaba a alterarse, cerraba los ventanales y decía que aquel ruido le hacía daño y no lo dejaba en paz, muchas veces hasta groserías les decía.

Una mañana, Camilo había salido muy temprano de casa, Elizabeth no le preguntó dónde iría, muy en el fondo, se sentía pagada con verlo sin pijama, y limpio, pensaba que tomar aire le ayudaría a estar tranquilo y tener un momento de paz. Elizabeth, comenzó a sentir un aroma horrible en la casa, pensó hasta en una rata muerta y cuando buscó su origen, abrió la despensa y vio un enjambre de moscas negras, repulsivas y horribles. El departamento estaba impregnado de un hedor espantoso, así que decidió llamar a fumigación y hacer limpieza profunda, pero ni con eso, la pestilencia se retiró.

Elizabeth, se sentía más cansada de lo habitual, vio un poco de su serie favorita y decidió que al otro día las cosas marcharían mejor. Eran aproximadamente las tres de la madrugada, cuando se sintió observada, al abrir los ojos, vio a Camilo parado al lado de su cama, mirándola sin decir palabra alguna, con una expresión de locura, y odio, los ojos de su novio eran completamente negros.

Después de estos hechos, había decidido dormir sola en la habitación, comenzó a poner cerrojo, solo así se sentía segura. Había avisado a sus suegros, sabía que estos le ayudarían a convencer a Camilo de ir al médico, pero no estaban en Santiago, y cualquier ayuda de ellos, lamentablemente se demoraría. Elizabeth, tomo la decisión de pedir ayuda a su tío, Jesús Aldunate, un sacerdote jesuita, que aún estaba muy activo y siempre se preocupaba de su sobrina, y de todo aquel que le pidiera ayuda, vivía muy cerca de ella y cada cierto tiempo se visitaban.

Como el mal no llega de a poco, cuando Elizabeth se disponía a salir, vio a Camilo parado en la calle, mirando fijamente hacia el tercer piso del departamento, su rostro tenía una expresión de rabia y desprecio. En ese momento, un ruido fuerte la distrajo, y al mirar nuevamente por la ventana, vio que Camilo ya no estaba, el golpe había venido del dormitorio. Elizabeth, tenía su celular y llaves en mano para salir, pero igualmente se acercó a la pieza, y al entrar a ella, vio que la cruz que colgaba de la pared, había quedado suspendida de la parte de abajo del gancho, provocando que la misma se invirtiera. La joven sintió que su corazón latía demasiado rápido, y sin pensarlo, salió corriendo donde su tío, cuando llego donde este, entre sollozos y miedo, le contó todo a Aldunate. A medida que Elizabeth avanzaba en el relato, el rostro del cura fue cambiando, y mostrando preocupación, en un momento Aldunate se paró, fue hacia su estudio y trajo una medalla que entregó a su sobrina, era la medalla de San Benito, y le recomendó, que no la soltara por nada del mundo. Acordaron que Elizabeth se quedaría en la casa de su tío y al otro día irían por su ropa. Pero Aldunate la miró fijamente, como si hubiera recordado algo que lo inquietara gravemente, y dirigiéndose a Elizabeth, le dijo.

_ ¿Dónde fue Camilo?

_ Supongo que ¡Las monjas!…

_ ¡No puede ser! ¡Que Dios nos proteja!

Elizabeth y su tío partieron directo al convento, entraron por la puerta principal, que estaba entreabierta. Ya todo estaba en penúnmbras, pero Aldunate respiro tranquilo, pues conocía la rutina de las religiosas, rezaban las letanías hasta las veinte horas, aún estaban a tiempo, con suerte estarían todas reunidas.

Cruzaron el jardín que daba a la iglesia, los celulares de ambos quedaron sin carga, al entrar al sagrado lugar. En ese momento, Elizabeth resbaló llegando frente al altar, al ver sus manos bañadas en sangre, un miedo sobrehumano la invadió, dando un grito de horror y espanto. El cura paro a su sobrina, quien comenzó a temblar, ambos tenían frente a sus ojos, la escena más diabólica y repulsiva posible. Camilo estaba tirado en el piso, con su cabeza rota casi frente al altar, al costado de él, se encontraban tres cuerpos sin vida. Aquellas desdichadas eran las religiosas, tenían sus rostros desfigurados y empapados en sangre, a los pies de las víctimas, un extintor antiguo con la sangre de las inocentes. Aldunate y su sobrina corrieron hacia Camilo, el rostro del joven mostraba dolor, pero sus ojos se veían tranquilos, al menos sin odio y resentimientos.

Aldunate presionaba la herida de Camilo, intentando salvarlo, Elizabeth sentía terror, el olor a sangre de aquellos cuerpos invadía el lugar, y comenzó a sentir nauseas, aquel demoniaco silencio, se vio interrumpido con el grito de Aldunate, quien grito a su sobrina.

¡Corre Elizabeth!

¡No mires sus ojos!

La chica se incorporó rápidamente, aquel ser infernal había entrado al cuerpo de la madre superiora, los hábitos los tenía empapados en sangre, y en una de sus manos colgaba una cruz que lanzo por los aires, como si este objeto ahora le significara un repudio y no algo sagrado. Elizabeth sintió que aquel ser diabólico corría tras ella, la chica se cruzó por el confesionario, tratando de llegar a la puerta principal. Pero en su carrera, quedo enganchada a una gran pileta bautismal, Elizabeth pensó que era su final, y se persigno sin mirar hacia atrás, pudo sentir en su espalda la respiración de aquella repulsiva y demoniaca religiosa. Intentó nuevamente soltarse, y la pileta cedió, al inclinarse, el agua bendita que contenía, callo sobre aquel demonio. La monja gritaba ¡Maldita! ¡Maldita! tratando de alcanzarla, pero su gran cuerpo y sus hábitos se hacían pesados. Elizabeth pudo ver que se había enganchado, con la medalla que Aldunate le había regalado. Finalmente la pileta cedió aplastando a la diabólica aberración.

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