A Maracaibo la mataron, pero antes la torturaron – Por Joiner Villasmil - Standard Digital News | Noticias de Maracaibo Venezuela y el Mundo

A Maracaibo la mataron, pero antes la torturaron – Por Joiner Villasmil

Recientemente la periodista, Milagros Socorro, relató la historia de la escritora zuliana, Marlene Nava. Ella habla sobre Maracaibo: una ciudad ruidosa y dinámica que pasó a ser un cementerio. Pero antes de serlo, sufrió una tortura, tan macabra que los gusanos aprendieron a volar en las sombras de las noches.

Evoco siete historias, siete voces, siete expresiones de terror, llanto, hambre, zamuros invisibles a la espera, en el borde del desespero. María, obviaré el apellido para no exponerla, porque su historia es cercana a mí. Ella estudió educación mención Ciencias Sociales en la Universidad Católica Cecilio Acosta de Maracaibo (UNICA). Tuvo un hijo, que por quizá mala cabeza decidió anclarse en la pobreza, pero no fue lo que le inculcó.

María siente que su madre fallecida en diciembre habla con ella en su caserón. La besa. La despierta cuando se le hace tarde, porque no resistió el calor de una mala noche sin suministro eléctrico. No tuvo para comprar una vela. No le dio chance cargar el celular, y se quedó en silencio. Sola. Pensando en su madre, sintiendo en la oscuridad entre sus piernas su única compañera, la gata Yona que dejó su mamá.

Rafael, también sin apellido, vive en la vivienda más desolada de un sector olvidado de Maracaibo. María tiene 56 años. Rafael roza los 60. Tras una contemplación franca se divisa un árbol de nísperos raquítico por la aridez, que al dar sus frutos son tan desprovistos de alimento como las maderas viejas de la casa para las termitas que la habitan. Son muchas. Y las grietas que dejan entrar la luz o las grietas que marcan la noche en el atardecer, también, frente a un televisor sin señal bajo la única transmisión de los canales del estado con frases como “Chávez vive”, “El Socialismo es progreso”, el hombre mira quietecito. Solo, como María. Comiendo níspero.

A Sor Teresa de Jesús la debieron operar del fémur tras sufrir una fractura. Sufrir, esa palabra fue un comienzo. La hospitalizaron en el Hospital Coromoto de la ciudad. Treinta días de intentos operatorios fallidos porque tuvo complicaciones respiratorias. Entonces la enviaron a su casa.

Alberto tiene 18 años y quiso estudiar comunicación, pero trabajar en una emisora comunitaria con una bolsa de comida como pago le fue minando el interés, y luego cayó la cuarentena nacional. Se dijo “me dedicaré a mí, a mi crecimiento”, y entró en depresión.

Danilo se fue a Ecuador después del 7 de marzo de 2019 (el gran primer apagón nacional), esos días muy oscuros para los zulianos, donde la esperanza parecía mezclarse con la tristeza convirtiéndose en miradas al cielo, en esos tiempos los satélites y las estrellas fugases eran motivo de asombro.

Londy es menor de edad. Tiene 12 años para ser exactos, y dejó de ir a la escuela porque mientras sus compañeritos exponían con láminas o se comían una empanada, él solo sacaba malas calificaciones y sentía mucha hambre. Aprendió a cortar cabello y montó su peluquería casera. La llamó “Barbería Virgen del Carmen”, así se llamaba su abuela, Carmen. Falleció en 2018.

Marbella, con su chaqueta con capucha agujerada camina por Maracaibo, como si el ardor de la tarde se le anidara en la respiración, en su cabello maleado, en su piel calcinada por la desventura y el imperioso deseo por saber si sus hijos están bien en Colombia. Tiene que caminar dos kilómetros para visitar otro sector donde algún alma apiadada le preste un teléfono con WhatsApp para poder enviarles una nota de voz.

Y se le ve en las manos que ha lavado mucho, en los pies que el polvo muestra el duelo de su mal vivir, en la mirada la nostalgia de un corazón consumiéndose en el tiempo.

Maracaibo reverbera en historias que como canciones silenciosas se cansaron de protestar, porque la mataron.

María sigue siendo maestra. Se va y se viene caminando. Así lo diría un marabino. Esas sandalias donde se sellan las plantas de sus pies, son la mascara de la educación venezolana en 2020. Su dignidad llora porque a la educación la están torturando aún.

A Rafael se le perdió la razón de la cabeza. Y ante su esposa envuelta en una habitación, las quejas emanan porque el burbujeo de la chata rosada se parece a su alma en la Patria Grande de Bolívar. Y nadie la ayuda, nadie la cuida. Las termitas, la casa, el árbol seco de frutos secos, y el silencio más seco del mundo en la boca y en la acción de Rafael.

Sor Teresa murió. Cuenta la historia real que las escaras se empecinaron en cercarle el cuerpo. Cuenta la historia que por las noches el racionamiento la hacía llorar. Cuenta su voz en el presente que resistió una tortura, y los zancudos siempre dieron la batalla.

Alberto y Danilo representan a una generación sin presente que se hunde en el miedo. Miles de jóvenes zulianos sufren una tortura. Si los sueños fueran lámparas, las de ellos, afuera o en Maracaibo caerían en bandada hacia la dura verdad de una ciudad muerta en las orillas de un Lago sin alma. Negro y frío por las noches. Verde y tibio en las mañanas, como los pensamientos de Marbella, una madre olvidada en un rancho, para siempre abandonada.

¿Cuántas madres están así? ¿Cuántas han tenido que comer arepas sin nada? ¿Cuántas sienten, sienten, lloran? Y ¿Cuántos niños han tenido que ser hombres antes de ser niños como Londy?

“Maracaibo está muerta. Eso no lo entiende el resto del país. No es que la ciudad se ha transformado, es que la mataron. Y yo, que la lloro a diario, solo quiero que vuelva a la vida”, dijo Marlene Nava a Milagros Socorro en entrevista.

Y de allí parto para opinar. Cierro los parpados y empiezo:

Ya las casas no son las mismas, los cuadros se los robaron. Las tardes con la abuela son solo un recuerdo. Las palomas, las palomas ya no vienen. Aquel Lago y este puente, La Chinita y sus gaitas solo emiten nostalgia. Maracaibo en silencio. La bastedad es tan profunda que sus calles regurgitan soledad.

El columpio en la plaza ahora es un espacio rojo, chocante, sin recuerdos, sin niños. Solo una parada de carritos por puesto con pasajes impuestos por la inflación. Entré a la Iglesia Santa Bárbara. Escuché lo que mi memoria creía percibir, una máquina de escribir. Era un cura, de sotana. Levanté la mirada hacia el techo. La pintura se desconchaba encima de él, esa es Maracaibo pudriéndose. La vela con su fuego erguido y erecto, me detuve a pensar en las enredaderas de flores amarillas que suponen por la mañana el comienzo de los que venden café, de los enfermos en soledad, de los que no tienen nevera, o se preocupan por el agua. Pensé en los sueños ¿Adónde irán tantos sueños? Será el Lago el símbolo de ellos. Un lugar muerto, con alcatraces y cielos tensos.

En este cementerio de ciudad seguimos luchando. Como soldados, sobrevivientes, olvidados o deportados en nuestra propia tierra. Pero tal vez, como es debido, entre las ruinas se pueda crecer, como una semilla que si se abona y se le permite entender que aunque los tiempos son malos y que han matado nuestra ciudad, los más grandes emergen sobre los escombros. Y aunque exista un despeñadero de dificultades, y la tortura evidente e inhumana nos arranque el ánimo, éste tiene que volver a florecer todos los días de nuestras vidas. La mataron, y después de muerta no la dejan descansar, la profanan.

Lo dicen las historias humanas que siempre emanan pero de las que nadie habla, quieren ver o escuchar. No lo dice un periodista ni su interpretación subjetiva de la realidad. A Maracaibo la mataron y con ella a María, a Rafael, a Sor Teresa, a Londy, a Danilo, a Marbella y a Alberto, y a todos los que ellos representan, porque sus vidas son un espejo, incontables espejos en un cementerio.

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